domingo, 23 de octubre de 2016

Anexar México a Estados Unidos

México no es un país de primer mundo y probablemente nunca llegue a serlo. Por un lado tenemos la corrupción, la ineptitud y la apatía de sus gobernantes (sexenio tras sexenio); y por otro, el modo mexicano de ser, en el que no parece existir ese sentimiento de superioridad, de sobresalir, de sobreponerse a todo y a todos. Al menos, este par de cosas evitan hoy y, como digo, evitarán siempre, que este país llegue a formar parte de las naciones de primer orden.

Si uno quiere recibir educación de primera calidad como en el primer mundo, en definitiva jamás va a encontrarla en las escuelas públicas de nivel básico y, me atrevo a decir, medio superior (1). En el mismo caso están los servicios que provee el Estado, como la salud y el agua; o los servicios de privados, como la telefonía celular, los ISPs y otras muchas cosas.



Si alguna vez divisamos avances y desarrollo en algunos pueblos al interior del país (de esos en los que parece que aún se continúa viviendo en el siglo XIX, trasladándose con vehículos a tracción animal y arando la tierra con instrumentos aún más viejos), no es jamás gracias al Estado, sino a la riqueza venida de los braceros que viajan a Estados Unidos. Pero no hablemos más de las carencias de este país, que son bastante conocidas y listarlas resultaría inútil.

Uno tiene muchas veces pensamientos idílicos e imposibles, como cuando nos decimos: Si yo fuera Presidente... En este sentido, hace tiempo soñé despierto en la idea de que México dejara de ser un país y se anexara, así nada más, como parte del territorio estadounidense. Si esto sucediera, ahora sí viviríamos en un país que se toma en serio muchas cosas, entre ellas, ser un país de verdad, cuyos ciudadanos tienen motivos reales para sentirse orgullosos de pertenecer a la nación en que nacieron. Viviríamos en un país que sí apoya a sus ciudadanos a ser los mejores. A ser los mejores del mundo en deportes, en la guerra, en los negocios. De seguro la mayoría de todos nosotros dejaríamos de ser pobres y nos convertiríamos, quizá en cosa de unas cuantas generaciones, en clase media.
Pero esto no es posible, y a la mayoría no nos queda otra que seguir siendo mexicanos.

Me siento incapaz de sentir orgullo de mi país, de modo que cuando alguna televisora nacional o el gobierno, etc., ensalza a ciertos mexicanos que han triunfado, vendiéndonos la idea de que ser mexicano es algo bueno, pierdo más aún la fe. Pues el problema con estas ventas es que, y con esto finalizo, muchas veces ponen ejemplos de hombres y mujeres sobresalientes que se han formado en otros países, en países de primer mundo. Y obviamente esto no es un argumento de nada, pues en este sentido México no constituye la menor parte del éxito de dichas personas. Corrijo, sí constituye parte del éxito, pero no es una parte encomiable: si tales personas tienen algo que agradecer a México, es el hecho de haberlos hecho vivir en un contexto de pobreza, corrupción y lleno de un montón de falta de oportunidades. Esto es lo que deberían agradecer, ya que no hay mejor acicate que tu propio país te obligue a abandonarlo para buscar en otro lugar, allende sus fronteras, las oportunidades que no te da.

No te pierdas la continuación de este post.




(1) No extiendo esto al nivel superior, ya que la UNAM y el Politécnico son, en muchos casos, escuelas encomiables.

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