Si, como sucede entre los arrabales, las personas intentan entenderse hablando todos a la vez, gritando y pataleando, el resultado evidente es el caos y el no entendimiento. En estas circunstancias es imposible entenderse, porque antes que permitan que quien habla termine de exponer su idea, le interrumpen una y otra vez.
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En algún momento Sócrates (o Platón, no lo recuerdo ahora con claridad) dijo que la mayor parte de las personas no llegan a un diálogo, a una conversación, con la idea de aprender algo de los demás, dispuestos a admitir las buenas ideas y el buen razonamiento de sus contrapartes, sino a imponer sus propias ideas haya o no razón en lo que dicen. Esto, justo esto, me parece que es la razón de por qué muchas veces la gente se interrumpe una y otra vez en una conversación, negándose a dejar hablar a quien se supone tiene la palabra.
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Es decir, no querer escuchar ni admitir lo que haya de razón en las palabras de los otros, es la causa de que la gente interrumpa a quien habla. Estas personas, las que interrumpen, hacen justo lo que los animales, ladrarse entre sí una y otra vez, y no pudiendo entenderse porque nadie escucha, la frustración de cada uno se exacerba hasta llegar a morderse como perros.
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El silencio, pues, denota personas educadas y razonables, razonables sobre todo. Personas que oyen y que nunca imponen su palabra a los demás; que saben sopesar lo razonable que pudiera haber en el discurso de quienes no se molestan en escuchar.
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