domingo, 21 de enero de 2018

Increíble lo que me pasó en el Metro

Durante casi toda mi vida el Metro de la CDMX fue mi principal medio de transporte. Por tal razón llegué a conocerlo digamos muy bien, incluso cosas que hubiera preferido no conocer.

El Metro tiene muchas cosas de las cuales uno podría incluso enorgullecerse, pero también otras que son totalmente repulsivas, como los vagoneros o varilleros. Éstos son personas que venden cosas dentro de los trenes.

En su tiempo, no podías dar 3 pasos sin encontrarte con una de esas personas, lo llenaban todo, estaban por todos lados, y los peores eran los que vendían música: cargaban una bocina gigante en la espalda y reproducían a todo volumen los discos populares, que como es de esperarse no era más que música vulgar. Como siempre, existían pasajeros que sin pensar un poco en lo que hacían, como los animales, compraban la mercancía a esos vendedores, con lo cual perpetuaban más y más el comercio terrible en el Metro. Pero también existíamos los que no comprábamos nada y censurábamos la existencia de esa clase de comercio en el Metro de la Ciudad de México.

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Pero en fin, creo que estoy yendo por donde realmente no quería ir. El viernes pasado, 19 de enero de 2018, y después de bastante tiempo de no viajar en Metro, quedé ciertamente asombrado por dos cosas:
  1. Casi no había mercaderes dentro de los vagones. ¡Y bocineros, ni uno solo, ni uno, cuando antes los encontrabas a montones, como las cucarachas en las cocinas de los Sanborns!
  2. Pero si lo anterior fue algo que rebasaba toda lógica, hubo algo aún más sorprendente: las autoridades del metro pusieron señales en el piso de los andenes que indicaban dónde el tren abriría sus puertas y dónde los pasajeros que esperaban deberían ubicarse para no estorbar la salida de quienes intentaran descender de los vagones. Pues bien, yo llegué al anden y me paré donde las señales me indicaban que lo hiciera; pasó un rato y la gente comenzó a acumularse. Para cuando llegó el tren, la locura total se había apoderado de las personas que, como yo, esperaban la llegada del transporte: todos respetábamos las señales puestas en el piso del andén, ¡y la gente se acomodaba de tal modo que permitían salir a los pasajeros dentro de los vagones! ¡Esto era una locura jamás vista! Antes, cuando no existían esas señales, todos nos parábamos justo por donde el tren abría sus puertas, impidiendo casi en su totalidad la salida cómoda de los pasajeros viajantes, para que, sin importarnos si los otros querían salir, nosotros lográramos entrar lo más rápido posible y no perder nuestro lugar sin respetar a nada ni a nadie.
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No muchas cosas funcionan bien en la Ciudad de México, pero ya veo que hay una que ha dado resultado, aunque sea una pequeñita, casi insignificante.

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