En mi adolescencia pensaba que esa censura, que en ese entonces me parecía mojigata, sólo entorpecía el disfrute de la televisión, y que si a final de cuentas todo mundo sabía cuál era la grosería censurada, no tenía caso ocultarla, y más si después de todo medio mundo hablaba así o peor.
Evidentemente mi posición de adolescente era tonta, tonta por decir poco, como casi todas las ideas que nacen en las aún ingenuas y poco esforzadas cabezas adolescentes, pues ni por asomo tenía yo en cuenta que:
Mucho importa a quiénes oye cada quien todos los días en casa, con quiénes habla desde niño, cómo hablan los padres, los pedagogos, también las madres.
Esta frase pertenece a Bruto, un orador romano. En ella dice algo bastante simple pero sumamente aleccionador: que las personas son lo que son y que se expresan como hablan precisamente porque sus tutores se expresaban y comportaban así con ellos desde su infancia. ¿Han oído ustedes hablar a ciertos "niños barrio", con cuántas groserías vulgares emplean para expresarse? Pues eso no es gratuito, esos niños son así porque eso es lo que oyen de sus padres, de sus primos y de toda la gente vulgar con que se rodean.
Crestomatía: https://s3.amazonaws.com/user-media.venngage.com/463765-8540daea2fcba859cc68d63553b5f03d.jpg
¿Antes yo objetaba a la TV que censurara las malas palabras de mis programas favoritos? Pues no más: hoy pido censura, ¡censura en su máxima expresión! ¿Por qué? Porque no quiero que mis hijos crezcan oyendo palabras de perros y que aprendan a hablar como si no tuviesen un padre preocupado por su educación.
Hoy la cosa ha cambiado un poco, mucho más bien. La televisión abierta ya no censura muchas groserías y los niños hablan peor que cuando yo era niño. Es claro que la sociedad mexicana se ha vuelto más laxa en cosa de unas décadas, más permisiva. Y estos niños, cuando les toque ser padres, ¿saben ustedes qué harán de sus hijos? Criarán perros y lobas, eso nada más.
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