Y cada uno de nosotros ha sido grande a su manera, siempre en proporción a la grandeza del objeto de su amor.Esto significa que nosotros somos tan valiosos como las cosas que idolatramos, que seguimos y que nos gustan. Tú no tienes que decir nada a nadie para que todos se den cuenta del valor que tiene tu persona cuando te vemos buscar la vida social semana tras semana, embriagarte o perseguir el futbol mexicano.
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La vida sensible, esa que está dirigida a satisfacer al cuerpo, no está mal, es válida. No todos podemos ser Sócrates, Platón, Aristóteles, Hegel o Kant, gente que ha vivido enteramente una vida contemplativa en pos del pensamiento. El problema, repito, no es tener placeres mundanos, hasta Sócrates los tenía, el problema es hundirse en ellos como un animal.
El problema es soslayar del todo actividades de las que podemos aprender algo y, por el contrario, halagar nuestros ojos con el contenido de la televisión, o complacer nuestro espíritu codeándonos con las amistades que tenemos, de las que muy probablemente nunca obtenemos nada más que compañía.
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En su momento Adal Ramones reunió a multitudes frente a la televisión, lo mismo que Esteban Arce, Facundo y una miríada de personas similares. Pero cualquier cosa poco halagüeña que podamos decir de esa gente que hace reír con pastelazos y comentarios bobos, también se dice de la gente que la sigue. Porque uno mismo es tan grande como las cosas que ama, recordando nuevamente esa frase de Kierkegaard.
Lo semejante busca lo semejante. ¿A quién buscas tú, a quién sigues?
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