Una persona común como cualquiera de nosotros pensaría que las pasiones humanas evidencian cierta perfección, en cuanto nos azuzan para lograr metas y los objetivos de nuestra vida.
Pero las pasiones representan justo todo lo contrario, a saber, imperfección y finitud. Las pasiones nos muestran siempre todo aquello de que carecemos, que no tenemos y que nos hace falta. Es por ello que nos animan a buscar cosas, dinero, mujeres, vivienda, trabajo...
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Es por ello que, dicen los pensadores de todos los tiempos, Dios no tiene pasiones, que no ama ni es bueno. Claro, no en el sentido en el que amamos y somos buenos los seres humanos.
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