Las cosas normalmente no son siempre así y de un solo modo. De las cosas, de muchas, se pueden encontrar varios sentidos, varias explicaciones, varios propósitos. Las cosas son como las palabras en un diccionario común, polisémicas, es decir, tienen varios significados.
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Pero intentemos aterrizar lo anterior en algún lugar que nos sea común. En posts anteriores (como en este y este otro) ha quedado bastante clara nuestra animadversión contra lo vulgar; o para ser más precisos, contra aquello humano que es menos digno de alabanza.
Aquí en México se ven nacer grupos musicales cuyas cantinelas se oyen por todos lados, en cualquier rincón donde uno se pare o intente esconderse. Algunas de estas agrupaciones tocan algo llamado banda. Desde hace ya varias semanas, una vecina de la casa de mis padres ha tomado el hábito de poner esta clase de música cada fin de semana y a todo volúmen, y precisamente hoy domingo, antes de dejar la casa de mis papás, todos en el vecindario nos vimos obligados a escucharla, nos gustase o no. Ahora, la verdad que no estoy seguro si fue por mi animadversión o por una justa representación de la cosa, pero al oír esa música que hartaba el aire del barrio, en algún momento pensé que algún tipo de animal desagradable, quizá una rata, estaba intentando asemejarse a un humano y había decidido cantar, y que el grotesco resultado era justo la música que escuchaba en ese momento.
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Podemos pensar que Dios existe o que no existe, y a pesar de todo concedemos que la postura contraria tiene sentido porque es razonable aunque no la compartamos. ¿Pero la banda qué tiene de razón? ¿Dónde podemos encontrar el sentido a los cantos rasgados de esos hombres pequeños y sordos que aparentan ser hijos de Dios?
La vulgaridad, y nada más. Eso es lo que nos debería llevar a despreciar esa música de sirvientes, o de menos, a ignorarla, porque no nos hacen mejores, sino peores, como animales en quienes no se distingue la luz de ninguna clase de verdad1.
1Lamento profundamente emplear términos tan desagradables como éste, que hacen parecerme un tipo clasista y pedante. Juro por mi vida que si acaso aparento ser pedante, no intento serlo nunca; y si uso palabras clasistas es sólo por el matiz fuerte y agresivo que tienen, no porque intente hacer alguna diferencia de valor entre ricos y pobres. Nunca, eso jamás, tanto, que hace tiempo nosotros mismos hemos hecho ya una apología de la pobreza.
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