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Pero eso que sucede con las series de narcos perfectamente puede decirse de las películas sobre estafas que a todos nos gustan, en donde pintan a los criminales de tal forma que cualquiera quisiera convertirse en un carismático estafador. Uno puede dar mil ejemplos semejantes, y por tanto las dudas y recriminaciones deberían recaer casi sobre todo. En este sentido, ¿debería prohibirse la comercialización de Rápido y Furioso, La gran estafa, Breaking bad y todas esas películas y series en que se se desarrolla la figura de los criminales como superhéroes y personas exitosas? Claro que no. Si así fuera, en dos segundos nos quedamos sin las industrias de la televisión y el cine. Prohibir y censurar, obvio, no es la solución.
Las personas deben educar a sus hijos de tal forma que éstos aprendan a vivir y soslayar las influencias negativas de un mundo lleno de vicisitudes, de crímenes, de villanos y de las 75 mil quinientas porquerías que yacen en continua presencia en la vida de cualquier persona.
¡Qué vamos a hacer, demonios, ir al Senado a exigir una ley para que no existan niños buleadores en la escuelas porque no queremos que nuestros hijos tengan la influencia de esa clase de niños? ¿O esconder a nuestros hijos en nuestras casas, y que no salgan nunca, para que jamás tengan contacto con los vagos de la esquina?
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Más aún, si lo hiciéramos, lograríamos poner a salvo a nuestros hijos, sí, y jamás tendrían una cicatriz en su cuerpo. Pero al mismo tiempo estaríamos haciendo de ellos unos auténticos inútiles que no sabrán, de ahí en adelante, cómo defenderse y comportarse ante una sociedad hostil. Los hijos, nuestros hijos, desgraciadamente tienen que enfrentarse al mundo para que aprendan a defenderse.
Esas personas, las que claman contra las series de narcos y otras malas influencias, parecen tan ridículas como aquellas que echan el grito al cielo porque sus parejas les han sido infieles, y si pueden, ¡echan en cara la culpa de la infidelidad al amante de su pareja infiel, alegando que ella fue la culpable de la ruptura de la relación! En estos casos, ¡quien menos culpa tiene, si es que tiene alguna, es el amante! El amante (la serie de narcos) está ahí afuera como una de las múltiples acechanzas existentes, tan placenteras como dañinas de la vida.
Muchas veces, probablemente la mayoría, si la pareja (nuestros hijos) cae en sus garras es por su propia voluntad, que al ser débil y torpe como un animal, nunca aprendió nada, y por tanto no supo negarse a caer en el placer de convivir con gente vacía y tosca como los vagos detestables de las esquinas (las series de narcos). ¿Entonces quién diablos tiene la culpa de que los niños caigan en las manos del mal (narcos, etc)?
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Nunca van a dejar de existir las series de narcos, las drogas y los amantes. Siempre estarán ahí. Si nuestros hijos y parejas caen en ellas, echemos culpa a lo que queramos menos a las series de narcos, a las drogas y los amantes. Pensemos un poco y entendamos que la culpa cae en nosotros como padres que no pudimos encaminar a los hijos, y en los propios hijos que, igual que los animales, no pudieron tomar buenas decisiones.
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